Malin Elmlid, oriunda de Suecia y dedicada al mundo de la moda, era una seguidora de la dieta baja en carbohidratos. No comía pasta, ni patatas, ni pan. Pero a Malin le encanta el pan, así que decidió comer solo pan del bueno. Y ahí empezó el dilema. No satisfecha con el pan que podía comprar en Berlín, el lugar donde vivía entonces, Malin empezó a hacer su propio pan, un pan blanco de masa madre, hecho solo con harina, agua y sal.
Con solo tres ingredientes, para Malin era importante elegir las mejores materias primas que pudiera encontrar y seguir la tradición milenaria de la cocción de la masa madre. Esto, por supuesto, requería tiempo y dedicación, pero para Malin todo valía la pena. Una vez que perfeccionó el procedimiento y estuvo satisfecha con el resultado, empezó a regalar hogazas que no podía comer ella misma. Y cuando la gente quiso dar algo a cambio, Malin recibió de todo, desde una entrada para un concierto y clases de guitarra hasta un arreglo para su bicicleta. Y también el privilegio de poder entrar en los hogares y conocer a sus habitantes y sus historias: así nació The Bread Exchange.
«Me gusta cortar la masa en tres partes. Así puedo compartir dos hogazas y quedarme con una para mi familia».
Malin Elmlid
Tras haber vivido casi 20 años en la vibrante Berlín y viajado a emocionantes destinos en todo el mundo, siempre con su trabajo y su pan a cuestas, Malin Elmlid decidió buscar un lugar en el Norte, en su país natal, Suecia. Tuvo la suerte de encontrar una casa en un pequeño y pintoresco pueblo de la costa este de Suecia, no muy lejos de donde creció. Estaba claro desde el principio que la casa necesitaba una remodelación completa. Malin, aficionada a la historia, se propuso indagar en el pasado de la casa y sus habitantes para comprender todos los detalles de su historia y poder elegir los materiales y colores adecuados.
La colocación de la cocina fue el mayor reto de todo el proyecto de reforma. Pero Malin no se arrepiente del esfuerzo, porque «es la habitación más importante, es el corazón de la casa, y es donde más tiempo pasamos juntos en familia».
«Como me gusta cocinar una comida entera en el horno, acabé comprando dos».
Malin Elmlid
Malin quería que la cocina fuera un elemento orgánico de la casa, que diera la sensación de haber estado siempre allí. Para lograr esa sensación, optó por muebles a medida del estilo de la primera cocina de la casa, pintados con pinturas de aceite de linaza, tal y como se utilizaban en aquella época. Para la encimera eligió piedra caliza, típica de la región, y la isla de la cocina está hecha con tablones anchos de pino de los bosques de los alrededores que pueden envejecer con los años. El enfoque de Malin para la reforma es comparable al de su horneado de masa madre: sin concesiones en los ingredientes y sin concesiones en el tiempo.
El fregadero está colocado de forma que la vista se pierde en la inmensidad del mar mientras se lavan los platos, y desde la isla de la cocina se puede contemplar el fuego de la estufa de azulejos: el agua confluye con el agua, y el fuego con el fuego. Todo está pensado hasta el más mínimo detalle, y no precisamente al azar. Malin se considera una conservadora de la casa, la persona a su cuidado y responsable de preservarla para la siguiente generación.